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El secreto de la magdalena de Proust: ¿por qué un olor puede hacerte viajar al pasado?


Marcel Proust (1871-1922) creó, sin saberlo, un término con el que se explica un curioso fenómeno del cerebro - CORBIS

Un simple aroma o un sabor es capaz de desencadenar una catarata de sensaciones y recuerdos gracias al sistema límbico

Nuestro cerebro no deja de sorprendernos nunca. En el hipocampo se guardan sabores, sonidos, historias… y olores. Es una asombrosa biblioteca atestada de estanterías con recuerdos encuadernados.

Quizás lo más extraordinario es que de repente, sin previo aviso, simplemente con un olor o un sabor, y sin tener que hurgar entre los estantes, podamos rescatar un párrafo o una fotografía y transportarnos por un instante a un momento concreto de nuestra vida, algo que de forma consciente somos incapaces de recuperar. Es verdaderamente extraordinario que en nuestro cerebro la dualidad espacio y tiempo se dobleguen y se pongan al servicio de un sentido.

La magdalena de Proust
Marcel Proust (1871-1922) fue un novelista francés con una sensibilidad exquisita, un indiscutible pintor de sensaciones. Entre sus múltiples aportaciones a la historia literatura destaca la renovación de la novela contemporánea. Entre sus producción literaria figura una controvertida obra –una heptalogía- titulada «En busca del tiempo perdido» (1913-1927). El escritor dedicó a esta obra casi toda su vida, encerrado en una habitación con las paredes cubiertas de corcho.

En uno de los libros que componen la obra («Por el camino de Swann») el narrador protagonista explora su pasado, evocando recuerdos desordenados, en los cuales la única ley es la asociación libre de ideas. En este libro nos cuenta como cierto día, abrumado por la tristeza, y tras llevarse a los labios una cucharada de té en la que había echado un trozo de magdalena, de repente su cerebro le trasladó a los veranos de su infancia en Combray.

La «magdalena de Proust» es un recurso literario que ha dado mucho juego a lo científicos, desde el campo del marketing hasta el de la neurología. El escritor francés, sin ser neurocientífico al uso, nos explica de forma meridiana el funcionamiento de la mente. Un simple aroma o un sabor es capaz de desencadenar una catarata de sensaciones.

Proust escribía en libretas escolares, papeles sueltos y en cuadernos, en donde hacía todo tipo de tachones y rehacía los escritos hasta que tomaban el formato deseado. En esta documentación preeliminar hay hasta tres versiones del icónico fragmento. En la primera evocaba las sensaciones a través de «pan tostado mezclado con un té», en la segunda, era un «biscote» y en el tercer borrador es donde aparecen las célebres magdalenas. Personalmente, prefiero que sea la magdalena y no el pan tostado el símbolo proustiano del poder evocador de los sentidos. Para los más curiosos, Proust no se refería a las magdalenas tradicionales, sino a una variedad típica del noreste francés llamada «madeleine de Commercy».

El olfato, un sentido enigmático
A lo largo de la evolución nuestro cerebro se ha configurado en tres partes, un cerebro reptiliano que controla, básicamente, las funciones vitales; un sistema límbico que juega una labor destacada en las conductas y emociones; y una corteza cerebral, que se encarga de las funciones cerebrales «superiores».

No deja de ser curioso que la información relacionada con el tacto, la audición y la visión llegue a los hemisferios cerebrales (corteza cerebral) mientras que la información del sentido del gusto y de la olfacción lleguen a diferentes regiones del cerebro, siendo la más importante el sistema límbico.

El sentido del olfato es verdaderamente enigmático, es involuntario y difícil de describir. Precisamente en este sentido plantea su trama el escritor Patrick Susking en su novela «El perfume» (1976), donde un asesino mata a mujeres jóvenes para elaborar una irresistible fragancia.

FUENTE: ABC.ES

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