Descubrió que en el comienzo ya había agujeros negros. Con una novedosa técnica de observación, Ezequiel Treister lideró un equipo que logró demostrar que en el Universo temprano ya estaban presentes esos “oscuros abismos”.
Un equipo internacional de astrónomos, liderado por el científico argentino Ezequiel Treister, consiguió evidencias de que los gigantescos agujeros negros eran comunes en los comienzos del Universo. Identificó que crecen y evolucionan al mismo ritmo de la galaxia en cuyo corazón se alojan. El hallazgo fue anunciado ayer por la NASA y publicado hoy en la prestigiosa revista Nature.
Estas observaciones, realizadas a través dos telescopios espaciales muy poderosos, demostraron además que estos oscuros abismos espaciales crecieron más rápido de lo estimado. Con estos datos es posible concebir una nueva proyección sobre los orígenes del Cosmos, y tener, en forma adicional, nuevos elementos para comprender cómo y cuándo se formaron los primeros agujeros negros.
Para llevar adelante la investigación se emplearon las imágenes de rayos-X con mayor sensibilidad a la luz, obtenidas por el telescopio Chandra. Al ser combinadas con otras tomas captadas por el telescopio Hubble, permitieron buscar agujeros negros en 200 galaxias distantes, que ya estaban presentes cuando el Universo tenía entre cerca de 800 millones a 950 millones de años (ahora tiene entre 13 y 14 mil millones).
En diálogo con Clarín, Ezequiel Treister, de la Universidad de Hawaii y profesor de la Universidad de Concepción, autor principal de este estudio, explica que “pudimos confirmar la existencia de agujeros negros supermasivos (con un millón de veces la masa del sol) en las primeras galaxias del Universo, hace aproximadamente 500 millones de años después del Big Bang”.
Al expandirse, estos precipicios de sombra emiten grandes columnas de radiación. Al cotejarlos a través de los rayos X se percibió que se estaban agrandando. Algo que sólo sucede cuando están engullendo materia, cuando están presentes.
Antes, los expertos buscaban en rangos ópticos o infrarrojos, pero ahí se veían aquellos objetos formados con grandes masas; en cambio, estos investigadores buscaron agujeros negros en formación, mucho más pequeños. Lo novedoso de esta técnica fue juntar varios objetos que por separado son indetectables pero que, en conjunto, arrojan emisiones en rayos X. “El sistema funciona como una cámara digital – explica Treister – para las observaciones; es como si se hubiera dejado el obturador de la cámara abierto 45 días. Ninguna de estas galaxias había sido detectada en rayos X. La mayor parte de este proceso de crecimiento del agujero negro estaba rodeado por nubes de gas y polvo que absorben casi toda la radiación, excepto los rayos X de alta energía”.
“Hemos encontrado una nueva población de agujeros negros jóvenes”, comentó Kevin Schawinski, co autor, de la Universidad de Yale. “Creemos que estos agujeros negros van a crecer entre cien a mil veces, para convertirse en los gigantes que vemos hoy, casi 13 mil millones de años después”, dijo.
Desde hace algunos años se sabe que prácticamente todas las galaxias contienen en su centro un agujero negro supermasivo. Como señala el astrónomo Roberto Venero, “estos objetos son cuerpos ultracompactos, con masas de muchos millones de veces la masa del Sol y por eso poseen una enorme gravedad capaz de hacer precipitar a su interior el gas y polvo de las regiones centrales de su galaxia”.
Aunque en sí mismos los agujeros negros no brillan, ya que la luz queda atrapada en su interior, la materia externa que está cayendo hacia ellos se acelera y emite radiación muy energética. La medición de esta luz tan intensa, habitualmente en forma de rayos X o gama, permite intuir su presencia.
“El descubrimiento de estos agujeros negros en galaxias primitivas ayuda a comprender cómo se desarrollaron estos fenómenos: si se formaron con anterioridad a sus galaxias huéspedes o si fueron creciendo a medida que las galaxias fueron evolucionando. A partir de estos estudios se infiere que, tanto la galaxia como los agujeros negros han evolucionado en simultáneo, aunque, en estas etapas primitivas, los agujeros negros se encontraban ocultos tras densas capas de gas y polvo” destaca Venero.
Este estudio demuestra, además, que los primeros agujeros negros no juegan un rol importante en despejar la “niebla” cósmica de hidrógeno neutro que rodea al Universo lejano, donde las temperaturas descendieron después del Big Bang. Su cobertura de gas y polvo impide que la radiación ultravioleta emitida en sus cercanías sea liberada.
FUENTE: http://www.clarin.com
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