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Viaje a Bennu, el asteroide «de la vida y la muerte»



En cuestión de unas horas, cuando ya sea la madrugada del viernes en España, la NASA lanzará al espacio desde Cabo Cañaveral (Florida, EE.UU.) una de esas misiones que tienen todos los ingredientes para atraer la atención del público en general. La nave Osiris-Rex comenzará un largo viaje de ida y vuelta, siete años en total, a un asteroide primitivo llamado Bennu, para recoger muestras de la superficie de la roca y traerlas de vuelta a la Tierra, donde serán estudiadas con detalle en los laboratorios. Resultará un material de gran valor científico, ya que permanece prácticamente igual desde su formación y puede decirnos mucho sobre el origen del Sistema Solar y el de la vida en nuestro planeta. Ese es el principal objetivo, pero además los científicos quieren saber algo que puede resultar inquietante: la trayectoria más aproximada de Bennu, considerado potencialmente peligroso. La probabilidad de impacto contra la Tierra en el futuro es de una entre 3.000, suficiente para requerir que sea vigilado atentamente. De ahí que tanto la sonda como el asteroide hayan sido bautizados con sugerentes nombres de la mitología egipcia relacionados con la vida y la muerte.

Bennu tiene 500 metros de ancho y viaja a más de 100.000 km por hora. Su órbita casi circular lo trae a unos 300.000 km de nuestro mundo cada seis años, lo que lo hace más accesible. Los científicos de la NASA lo eligieron por esas características pero, por encima de todo, porque parece ser un asteroide primitivo, rico en carbono, «que apenas ha sido alterado desde que se formó hace unos 4.500 millones de años, al mismo tiempo que la Tierra y otros planetas de nuestro sistema», explica Javier Licandro, del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC), que participa en la misión.

Esos materiales son un tesoro. Los meteoritos, los restos de asteroides y cometas que caen en la Tierra, los pierden durante su entrada en la atmósfera, así que poder traer muestras originales tiene un valor incalculable. Nuestro planeta «ha sido golpeado desde sus inicios por asteroides, y este tipo en particular puede haber traído las semillas para que surgiera la vida, de ahí su importancia», añade el astrónomo. La esperanza es encontrar elementos volátiles y moléculas orgánicas como aminoácidos. Además, la nave también estudiará in situ las propiedades del asteroide, como tamaño, forma, masa, densidad, estructuras geológicas, etc.

Osiris-Rex llegará al asteroide en agosto de 2018. Ingresará en órbita durante meses y luego se acercará a la superficie a una velocidad lentísima de 0,1 m/s (0,2 mph, menos de un décimo de la velocidad típica que empleamos al caminar). En julio de 2020, sin posarse, extenderá un brazo robótico para tocar la superficie, una técnica llamada «touch and go» (tocar y marchar). Este brazo, que lleva el recolector de muestras, «liberará un gas a presión para que se levante el material de la superficie y recogerá un mínimo de 60 gramos y un máximo de 2 kilos», señala Licandro. Además, tocará la superficie durante algunos segundos para recoger muestras más pequeñas. Una vez hecho esto, se sellará la cápsula con el material y la nave retornará en marzo de 2021, viajará durante dos años y medio y llegará a la Tierra en septiembre de 2023. No aterrizará, sino que se activarán unos paracaídas y la caja será lanzada cerca de la ciudad de Salt Lake (Utah, EE.UU.), donde será recogida. Mientras, la sonda se quedará en órbita alrededor del Sol.

La nave no será la primera que recolecte muestras de un asteroide y las traiga de vuelta. Ya lo hizo hace algunos años la japonesa Hayabusa (la Hayabusa II va en camino de otra roca, Ryugu). Pero, como señala la astrónoma del IAC Julia de León, quien también forma parte del equipo científico de la misión, la diferencia fundamental es «el tipo de asteroide». «Hayabusa recogió muestras del Itokawa, de tipo rocoso. Estos asteroides, a diferencia de los primitivos, están compuestos principalmente de silicatos, además de metal. Estos minerales se forman bajo condiciones de altas temperaturas y presión, y son muy diferentes de los que formaron originalmente a los asteroides», explica.

Un objeto peligroso



La órbita de Bennu lo convierte en un objeto cercano a la Tierra, los llamados NEOs (Near-Earth Objects) y está clasificado como potencialmente peligroso, categoría en la que entran los cuerpos que se acercan a una distancia igual o inferior a 20 veces la que existe entre nuestro planeta y la Luna y que tienen un tamaño igual o superior a 150 metros. Es hasta 5.000 veces más masivo que el meteorito que explotó sobre Chelyabinsk en Rusia en 2013, dejando un millar y medio de heridos. Pero, ¿supone Bennu realmente un peligro? «Tiene una probabilidad de impacto muy baja -recuerda De León-. Sin embargo, estos asteroides modifican ligeramente su órbita cada vez que tienen un encuentro cercano con la Tierra, debido a la acción de la gravedad de la misma, y por eso es muy importante seguir observándolos y tener determinada con mucha precisión su órbita después de cada encuentro». En el caso de Bennu, se acerca a la Tierra cada seis años y la probabilidad de impacto es de una entre 3.000. El choque podría suceder a finales del siglo XXII.

La misión tiene otra faceta interesante. Algunas compañías planean la explotación minera de los asteroides, en busca de minerales raros o incluso combustible para futuras misiones espaciales. Si Osiris-Rex tiene éxito, puede servir como ejemplo para esos proyectos comerciales.

La participación española

Los astrónomos del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC) Javier Licandro y Julia de León trabajan desde hace años en el estudio de las propiedades físicas del asteroide Bennu y de otros que son objetivo de misiones espaciales. No solo estudian las características de las rocas, sino las propiedades de las familias de las que podrían proceder. En este caso, conocer en profundidad cómo es Bennu, proveniente del llamado cinturón principal de asteroides situado entre Marte y Júpiter, permitirá saber más sobre ellos. Además, los investigadores forman parte del grupo de procesamiento de imágenes de Osiris-Rex, que analizará las imágenes que se vayan tomando del objeto a medida que la nave se aproxime a él. «Vamos a hacer un mapa de los colores del asteroide. Los colores están relacionados con la composición, por lo que vamos a poder detectar si hay zonas de diferente composición en el objeto, y ayudar a decidir dónde cogerá la nave las muestras de material», explica De León.




FUENTE: ABC.ES

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